Richard Mújica Angulo
(15 de marzo de 2009)

El uso del sombrero en el altiplano boliviano tiene, obviamente, un origen español. Las formas actuales del uso de esta pieza, muestran en sus formas, la gran semejanza con sombreros que actualmente se utilizan en Europa.

Tomando en cuenta, además, la inclemencia del clima altiplánico, hace que el sombrero sea “bienvenido”, desde un punto de vista pragmático; ya que este protegería del fuerte calor producido por el sol, así como de los vientos inclementes e incluso de la lluvia.

Sin embrago, en las últimas décadas, el sombrero fue cobrando otras significancias. Dos de ellas: el prestigio y, con este, el símbolo de autoridad. Actualmente el material con el cual está confeccionado el sombrero, dice mucho de la función que este cumple, tanto cultural como socialmente. Por ejemplo, los sombreros hechos de lana de oveja generalmente son de uso cotidiano y son preferidos por su durabilidad y resistencia. En varios sectores del país, estos sombreros mantienen un fuerte valor social, pues continúan siendo parte (incluso son requisito) de la indumentaria que enviste a las Autoridades Indígenas u Originarias de cada comunidad. Sin embargo, las nuevas concepciones estéticas y las débiles barreras del mercado, han facilitado el ingreso de sombreros confeccionados con materiales importados, que desde ya, incrementaron un plus, no tanto económico, sino simbólico y de prestigio.

Un poco lejos de este panorama, actualmente también se mantiene otras concepciones en torno al uso del sombrero. Concepciones que no solo relacionan al sombrero con aspectos de prestigio y funcionalidad, sino como parte de la expresión de la identidad étnica-cultural de sus poseedores.

En ese marco, los sombreros reflejan la pertenencia de una persona, sea mujer u hombre, a una región, sociedad y cultura específica. Justamente ahí radica la continuidad de las diversas formas, materiales, colores y complementos (cintas, espejos, plumas y otros) de los actuales sombreros.

Pero entrando más profundo, el sombrero no se queda solamente como un diferenciador regional “macro”; por el contrario, puede llegar a reflejar la identidad de género, de nombre (identidad individual) y por tanto de fuerza-energía del ajayu (“identidad espiritual”) de la persona que la posee.

Un ejemplo de ello, es el papel del sombrero para la cultura de las sociedades Qaqachacas, y cómo éste refleja elementos culturales compartidos por las sociedades de los Andes meridionales de Oruro y el Norte de Potosí (Bolivia).

Hasta hace aproximadamente tres décadas, para los habitantes de estas regiones, una de las más importantes prendas espirituales era la faja. Esta prenda, que se usa en la cintura aproximadamente a la altura del ombligo, acompañaba a la persona y se transformaba con ella, en las diferentes etapas de su crecimiento: desde la gestación hasta su vejes. Además contenía iconografía y colores que reflejaban, por un lado, la identidad de la persona, y por otro, la fuerza espiritual que ella buscaba expresar, en los diferentes momentos de su vida.

Como se explicará a continuación, y aunque no lo parezca, el uso del sombrero tiene mucho que ver con las fajas, la identidad y la energía espiritual.

En la etapa de la plena juventud, entre los 17 a 20 años, se dice que la energía espiritual de la persona pasa del obligo a la cabeza en el caso del varón, y del ombligo al corazón, en el caso de la mujer; por ello, el hombre teje su gorro (ch’ullu) “con diseños que le inspiren, y la mujer debe tejer su aguayo, lo que envuelve su cuerpo y corazón, donde ella debe incorporar diseños que le den inspiración”(Arnold 2007: 118) [1]. Así, mediante estos diseños, tanto el hombre como la mujer, respectivamente, muestran su fuerza e intención de ser: “guerreros” y “tejedoras”. De la misma forma en que su energía espiritual se trasladó a la parte superior de sus cuerpos, la faja también se trasladó, en forma de cintillas, a sus sombreros y monteras [2].

De esta forma, los sombreros se convierten en soportes de contenidos simbólicos, que alojan la expresión de la fuerza de vida que la persona transcurre en cierto momento de su vida. Ya que es en el sombrero donde se colocan las cintillas que actúan como “la faja en la cintura de la persona” (ídem), la cual muestra riqueza en sus diseños y colores. Además de las cintillas, “se usan los espejos para reflejar el brillo de la luz a los dos lados del sombrero, por tanto uno va detrás y el otro adelante. De esta forma, se puede saber del lenguaje del sombrero en qué etapa está tal o cual persona” (ídem).

Otra razón para que la atención de las fajas o cintilas se trasladen a la cabeza, y por ende al sombrero, es que a partir de los años ’70, se dejó de utilizar la almilla [3], ya que las jóvenes comenzaron a utilizar solamente polleras y blusas, las cuales descontextualizaron el uso de las fajas en la cintura.

Este complejo proceso de dinámica cultural, nos muestra que el simbolismo ritual-espiritual, expresado en las fajas y sus diseños y colores, no se deja aplacar por el tiempo ni las contemporáneas formas de vida. Por el contrario, este fundamento simbólico encuentra las mejores vías de transformación que procuran dar continuidad a la/s cultura/s de la/s sociedad/es de esta/s región/es. Este es un ejemplo de cómo un elemento foráneo, como es el sombrero, puede ser apropiado y resignificado de forma eficaz y a favor de la continuidad de las expresiones culturales de los pueblos indígenas y originarios de Bolivia.

--
[1] Arnold, Denise Y. y otros. “Hilos sueltos: Los Andes desde el textil”, La Paz: Plural e ILCA 2007.
[2] Montera: Tocado de cuero que los hombres utilizan en los enfrentamientos del ritual del Tinku.
[3] Almilla: Especie de vestido tradicional de la mujer, generalmente de color negro.
[4] Foto: "Tinku de Macha" se puede apreciar la vestimenta de las mujeres.

ENTRE PREMIOS Y LIMOSNAS

Fernando Claros Aramayo*

La situación económica en nuestro país es muy delicada. Los pobres se hacen indigentes y los “pudientes” más “ricos”.Si esta situación es así, ¿porqué se premia al que más tiene?. Aunque usted no lo crea en nuestro país, para ganar algo, hay que tener dinero.

Por ejemplo: se debe tener una casa colonial, valuada en miles de dólares, para ganar un premio; Se debe depositar en los bancos un monto superior a los 500 dólares, para ganar autos; Debemos tener dinero para comprar los billetes de lotería y tener la posibilidad de ganar, por lo que quienes compran estos billetes (mientras más, mejor) son los que tienen dinero y pueden seguir ganando más; Hay que tener dinero para comprar un refresco embotellado y poder ganar los premios de promoción, como: enceres domésticos, más dinero, o, en el peor de los casos, tomar otro refresco. Los pobres no pueden comprar un refresco, ni siquiera uno de “muq’unchinchi”, mucho menos embotellado, por lo tanto no pueden ganar estos premios.

Otro ejemplo, sobre el premio al que más tiene, es el ocurrido durante el obsequio realizado por una “empresa de correos”, en donde se obsequió a quienes habían escrito a “Papá Noel”, adquiriendo, para el efecto, un timbre con un determinado valor - como corresponde a cualquier empresa de correos - sin embargo, a este premio solo accedieron los que podían comprar ese famoso timbre, por lo tanto, los que no tenían automáticamente fueron excluidos.

Algo observado, a lo largo de muchos años, es que a los dirigentes y políticos - quienes tienen un sueldo, comisiones y otros ingresos, y pueden pagar un consumo - se les invita y se les proporciona gratis cualquier artículo, en aras de ganar un favor determinado o, por último, “corchearse o ser llunk’u” con estas personalidades. Sin embargo, el indigente debe esperar horas para que alguien le invite algo, especialmente si de alimentos se trata.

El último ejemplo, es el de las alasitas, en donde el que tiene dinero es el que compra las miniaturas para poder obtener más; el que no tiene no compra nada. Por lo tanto, si la tradición es cierta, éstos últimos nunca tendrán nada, ni casa, ni auto, y mucho menos dinero; por el contrario, los que adquieren bienes en miniatura, durante las alasitas, serán los premiados, inclusive por las “divinidades andinas”.

Pero la limitación no solo está en las grandes ciudades, sino también en el campo, en donde los campesinos que más tienen pueden ganar más, por ejemplo: en San pedro de Buena Vista se realiza el “Toro Tinku” y para ingresar a este concurso mínimamente se debe tener un toro, que si lo cuantificamos, estamos hablando de un valor de más de mil bolivianos.
Este artículo llama a la reflexión a esas entidades que están premiando al que más tiene, para que cambien el rumbo de sus políticas acumulativas por políticas mucho más distributivas, solidarias y no solo redituables (descabellado ¿no?).

Se debe incentivar premios para los que menos tienen, por ejemplo: hace años atrás, en Cochabamba, la Manaco (empresa de calzados) organizaba las famosas “wallunk’as”, donde el premio estaba al alcance tanto de ricos como de pobres, solo se necesitaba participar.

¿Existirá algún día un premio para el indigente? Pienso que no, a no ser que eso reditúe ganancias para la empresa, institución o persona que lo haga.

Cuando se le da más al que tiene, se llama premio, pero cuando se le da algo al que no tiene, se le llama limosna; la diferencia es que el premio es un de alto valor económico y la limosna es el centavo de menos valor.

*Fernando Claros Aramayo, es Antropólogo e investigador boliviano. Agradecemos sus costantes aportes al Blog de Pachakamani.


Escucha Podcast Pachakamani-Radio

Creative Commons License
PachaKamani by Richard Mujica is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Compartir bajo la misma licencia 3.0 Unported License .